27/9/10

La suerte del exilio

Hace unos años, en mi periplo sudamericano mochila a la espalda (qué bien queda haber viajado de mochilero, rollo progre) comencé a fraguar una tonteoría. Nuestra generación, la generación perdida, no ha tenido la suerte de tener que exiliarse.

¡Ala! Qué incorrección, con lo mal que lo pasaron todos los que escaparon de dictaduras, de fascismos, de censuras... que me atreva a envidiarles algo de esa vida.



Pues sí les envidio. Paso por alto el punto de partida de esos exilios para centrarme en lo que supusieron.

No hay mejor pegamento social que un enemigo común, esto funciona con los gobiernos pero sobre todo funciona con las personas. Cuando Europa y Latinoamérica estaban trufadas (qué bonita expresión) de fascistas era más fácil encontrar puntos en común con tus coetáneos. Ahora que derecha e izquierda son la misma mierda democrática de artista (encapsulada, homogeneizada y pasteurizada) resulta más complicado tener de qué hablar con los congéneres. Ser de un partido o de otro cada vez se parece más a ser del Madrid o del Barça.

Viajaban, aprendían idiomas, compartían inquietudes y necesidades. Y encontraban juntos preguntas que nunca sabrían responder. Buscar esas respuestas les convirtió en los referentes que fueron para los que veníamos detrás.

A mi generación le falta hambre. Nos quejamos hasta la saciedad de lo hiperformados que estamos, de lo mal que nos trata la sociedad y el mercado laboral (verdades como templos, eso sí) y sin embargo, resulta vergonzoso cómo existe una gran masa de doblelicenciados y masterificados que apenas sabe leer en alto, que son incapaces de mantener su atención más de cinco minutos en un tema o de provocar que pasen cosas en su vida. O de buscar trabajo de un modo que no sea mirar InfoJobs dos veces al día.

Una vez más, pero por razones muy diferentes (tanto que parecen idénticas), lo que toca es la emigración, el autoexilio para evitar confundirse con un país que se está volviendo más y más gris a pasos agigantados. La gran diferencia es que, a mediados del siglo XX, emigraban/se exiliaban colectividades y ahora lo hacen los individuos.

Todo esto viene a cuento del artículo de EL PAÍS más leído en el día de hoy: "Si España no quiere saber nada de mí, yo tampoco quiero saber nada de España"

De propina:
En el viaje con el que comienzo este post tuve el inmenso placer de ver sobre un escenario a Benedetti y a este caballero., Daniel Viglietti.
Nacido en el exilio, este tema fue un himno de comunión latinoamericana.
Absolutamente incapaz de escucharlo sin echar una lagrimita.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Siempre se agradece el debate, si la intención es aportar.