17/12/10

La función de fin de curso más cara de la historia

Degustación de Titus Andrónicus.
La Fura dels Baus.
Teatros del Canal. Madrid.
16/12/2010


"Mamá, ya no trabajo más de camarero, me han cogido en Titus Andrónicus.
El primer día de ensayo descubrió que, básicamente, su papel consistía en servir comida.

"Mamá, por fin tengo trabajo como actriz. Con La Fura.
¿Y tienes mucho texto?
Me cortan la lengua en el primer acto."


Tenía muchas ganas. Había visto cosas de La Fura en la calle, en megaeventos institucionales y demás fuegoartificialidades teatrales pero tenía muchas ganas de verles en el interior de un teatro, trabajando con un texto clásico. Hablaba en los días previos, que sí, probablemente sigan anclados en una performatividad de los '70 sin embargo yo por aquel entonces no estaba vivo, con lo cual no dejo de recibir sus propuestas como algo nuevo, o al menos algo no visto.

La función de pie presidida por una cocina en la que se va preparando durante el espectáculo un cochinillo y algunos aperitivos. Varias plataformas móviles de estilo industrial y una especie de papamóviles individuales desde los que los actores se mueven por el espacio aclamando al pueblo de Roma, el público. Primera decepción, la propuesta escénica es estupenda para integrar desde el minuto cero al público y, sin embargo, los actores trabajan protegidos tras una incomprensible cuarta pared que ellos mismos crean. No miran a los ojos, no necesitan el voto , no ven a romanos, solo tiran texto.

Durante el resto del espectáculo, la misma sensación se mantiene. Parece como si alguien hubiera tenido una estupenda idea, la hubiera dibujado en dos folios y después se los hubiera pasado a su sobrino, que dirigió una "obra" en el instituto, para que la pusiese en pie.

A los actores se les ve tan solos que en algunos momentos llegan incluso a confundirse los personajes masculinos entre ellos. ¿Este era el emperador? ¿No, era su hermano? ¿pero su hermano no estaba muerto? Dedico la foto de arriba a los tres que se salvan de la quema en la indefinición general.


Tema aparte: tangas de color carne. ¿PERDÓN? Tangas de color carne. Nadie tiene ninguna necesidad de verle la minga a los actores pero si la propuesta es que están desnudos el tanga de carne es zafio, barato y reaccionario. Se me ocurren cientos de formas de colgarlos como a cerdos y desnudarlos sin que enseñen un centímetro de genitalidad y sin recurrir al tanga de color carne (que ya podrían sacar un decreto ley para impedir su venta).

Grandísimo hallazgo: la cacería. El bosque es un videojuego en el que los actores de verdad cazan a sus presas virtuales a pelotazos, por un instante parece que la cosa va a coger forma... hasta que descubres que los actores están más pendientes de jugar al tren de la bruja y marear al público persiguiéndoles con sus mini tractores que de cazar algo para cenar.

Y llega la cena. Fui de los ¿afortunados? que se subió a escena a degustar el cochinillo como invitado. De nuevo una buena idea mal planteada. Explico: en el Acto V de Titus, él, mil veces ultrajado y humillado, confiesa al final de la cena que lo que están comiendo es la carne de los hijos de su enemiga (también son los dos hermanos que están en la foto). Una escena de un poder trágico asombroso y que sirve de cierre en clímax. Supongo. Yo era invitado en el "ala goda", donde el director no tuvo a bien situar nada de la acción. El cochinillo estaba muy bien preparado.

Y como cierre, para no hacer más leña: ¿por qué micrófonos? Cuando los actores están cerca oyes un instante antes la voz real que la amplificada y cuesta seguir el hilo. Cuando están lejos es difícil saber cuál de ellos está hablando. Y la sala no es tan grande... Si pretenden impresionar al público mostrando la luz eléctrica llegan dos siglos tarde.

Así que dediqué la mitad del tiempo a mirar las caras del público, aprovechando que estábamos de pie y moviéndonos. Y la mayoría bostezó, cambió un millón de veces el peso de pierna y se dedicaron a perder el tiempo peleándose por un pedazo de fruta escarchada mientras la acción seguía.

Y salieron de allí encantados.

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